___El tiempo del poema es el poema. Por ejemplo, y para empezar por el final, los sonetos votivos, poesía erótica con una voluntad contemplativa, con una imagen en movimiento cuya intensidad no depende de lo que hace, a veces incluso previsible, sino de la capacidad de nombrar. No hay en ellos el esteticismo indolente del voyeur que vuelve escultura la acción, ni declaración de un sentir no encarnado. Por eso es llamativa la forma elegida, el soneto. Llamativa, y también natural. El gesto de nombrar tiene varios sentidos, a veces antitéticos. Por ejemplo, no hay en estos sonetos (ni en los que ha ido sembrando en diversos libros y que Fabio Morabito y Jaime Moreno Villarreal reunieron hace un par de años) una vocación adánica. No, nombrar no es un bautizo, al contrario, el peso de la palabra depende de que haya sido usada, gastada. La ropa limpia no es ropa nueva.
___Que una forma poética sea natural ocurre gracias a la inteligencia del poeta que permite la paradoja y, en cierta manera, la provoca. El soneto, reglamentado en extremo, hace al escritor buscar la palabra que diga lo que él quiere, pero que no lo diga sólo en su literalidad, sino en su ritmo, en su rima, en su vocación; y por eso no hay que olvidar que esa vocación depende y nace en su literalidad. Es, si se permite la expresión, una “información genética” de la palabra lo que allí se manifiesta. Por eso el erotismo de estos sonetos depende no tanto de la situación descrita ni de su atrevimiento, sino de ese lenguaje que da “noticia natural” de lo que ocurre, excluye la perversión justamente porque todo está permitido.
Fragmento de la nota introductoria de José María Espinasa
a Noticia natural (Ediciones El Tucán de Virginia, México D. F., 1992)
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